La obra presentada se construye desde lo etéreo, lo inacabado y lo intangible. Cada pintura propone un diálogo entre estructura y transformación, donde el trazo y el color funcionan como puentes hacia experiencias que habitan entre la memoria, el tránsito y la emoción.

Las figuras que aparecen no se fijan en un tiempo ni en una identidad cerrada. Se encuentran en constante movimiento, atravesadas por procesos de cambio que desdibujan los límites entre lo real y lo surreal. La estructura —líneas, marcos y contenciones— sostiene la imagen, pero no la encierra; permite que lo onírico emerja y desplace la lectura hacia múltiples interpretaciones.

Las obras se presentan como espacios abiertos. La imagen no se concluye por completo, invitando a quien observa a completar el sentido desde su propia experiencia. Así, cada cuadro se activa en el encuentro, convirtiendo la mirada del público en parte fundamental del proceso.